José Revueltas, Frases

Ni estatuas ni homenajes significan nada. La única victoria de un escritor se produce en la intimidad al lograr un vínculo silencioso y apasionado con otra conciencia.
José Revueltas

Estaba convencido de haber muerto. Se arrojó de la barraca para morir y ahora comprendía que la muerte era la vida, el simple olvido, para nacer en un mundo nuevo e igual, como penitencia. Dios no existía –porque de otra manera ya le hubiese visto–, pero la vida eterna sí.
Revueltas, José. Los muros de agua

José Revueltas dijo alguna vez citando a Van Gogh: No creas que los muertos están muertos, mientras haya vivos, los muertos vivirán…
Nota de Ada Carasusan

“Ésta es mi ciudad”, se dijo Bautista con emoción. Había un sentimiento amoroso y asombrado, pues la geografía nocturna de la ciudad de México trastoca, subvierte los puntos cardinales, y al mezclar el pan y el vino del tiempo y el espacio se transustancia en una unidad extraña que hace posible la convivencia de sucesos ocurridos hace cuatro siglos con cosas existentes hoy; piedras que ya existían en el año de Ce Ácatl con campanas y fábricas y estaciones y ferrocarriles. Escuchó con atención de ciego, tenazmente, igual que un avaro, con una especie de sed. Voces que venían desde Tlatelolco, donde Zumárraga edificó el Colegio de los Indios Nobles, se escuchaban a más de dos o tres kilómetros, en la plaza donde los acróbatas de Moctezuma hacían el juego de El Volador; lamentos y silbatos provenientes de Popotla y Atzcapotzalco, por donde el tirano Maxtla paseara a cuestas de los señores sus vasallos el rigor de su crueldad y el hosco silencio de su melancolía, escuchábanse en Mixcalco y en La Candelaria, en otro tiempo calpullis y chinampas cruzadas por espejeantes canales. No importaba que los ruidos de Tlatelolco y Nonoalco fuesen el aletear, como rojo pájaro ciego, de la respiración fatigada de alguna locomotora, o el ardiente ir trasmutando la materia de los alimentadores de los altos hornos de La Consolidada; ni que ese largo sollozo de Atzcapotzalco se transformara en la sirena de la Refinería: eran también el rumor de los antiguos tianguis, el canto de los sacerdotes en los sacrificios y el patético batir de remotos teponaxtles.
De los días Terrenales de José Revueltas

Nadie puede resistir el influjo y se experimenta la necesidad de ir hacia el mar, desde la playa, como hacia un viejo dios, no para oír palabras ni rumores, sino para no oír nada, y quedarse en la oscuridad, donde el cielo y el agua se adivinan, y se adivinan también, todos los recuerdos, el amor ausente, la vida infructuosa, los anhelos sin utilidad y los esfuerzos sin gloria.
José Revueltas, “Los muros de agua”, pag. 115.Ediciones ERA, 1941.

Ni agua.” El agua es tierna y llena de gracia. El agua es joven y antigua. Parece una mujer lejana y primera, eternamente leal.

“Ni agua.” Y del agua nace todo. Las lágrimas y el cuerpo armonioso del hombre, su corazón, su sudor. “Ni agua.”

Caminar sin descanso por toda la tierra, en persecución terrible y no encontrarla, no verla, no oírla, no sentir su rumor acariciante. Ver cómo el sol se despeña, cómo calienta el polvo, blando y enemigo, cómo aspira toda el agua por mandato de Dios y de ese Rey sin espinas, de ese Rey furioso, de ese inspector del odio que camina por el mundo cerrando los postigos…
José Revueltas
Dios en la tierra
“… y, sin embargo, estoy seguro de que hombre nunca renunciará al verdadero sufrimiento; es decir a la destrucción y al caos”
Dostoyevski, citado por José Revueltas

He llorado todo esto, yo.
Pero oíd que no he derramado una lágrima todavía.
José Revueltas

La mirada iracunda y llena de colérico estupor que se le dirige a un desconocido, a un intruso, a un asaltante que viola la muerte que no le pertenece. Bebía para sufrir y para entrar más en la vida.
José Revueltas sobre su hermano Silvestre

Intelectual y escritor no son lo mismo. Es como creer que todos podemos cantar, aun sin sabernos la tonada.
José Revueltas

Amar la vida es de canallas. Hay que amar la muerte, pero no pensando que la vida es una propiedad privada, sino pensándola como una condición de todos los hombres. Yo la abrazo.
José Revueltas

No me diga intelectual. Soy un escritor. En México ser intelectual es ser un auxiliar en una oficina contigua a la de un político.
José Revueltas

La vida es algo muy lleno de confusiones, algo repugnante y miserable en multitud de aspectos, pero hay que tener el valor de vivirla como si fuera todo lo contrario.
José Revueltas

No existe Dios más que en el hombre.
José Revueltas

Los escritores no vivimos la vida de forma existencial, sino de manera literaria. El horror cotidiano siempre puede ser sustento de una buena narración.
José Revueltas

El luto humano es que, al enfrentarse los conflictos, hay una probabilidad de que la superación sea que todo termine sumido en la brutalidad.
José Revueltas

Las circunstancias son el material del historiador. Las situaciones son del novelista. La historia es terca y el novelista es insistente.
José Revueltas

Donde la libertad se configura más cabalmente es en la cárcel porque reduce al individuo a su pura dimensión imaginaria.
José Revueltas

México es como el mar. Lleno de silencios y de gritos. Débil y, al mismo tiempo, con una fuerza extraña. Creo que es natural que la religión católica del mexicano sea triste, desgarradora y llena de nostalgia, pues se trata de una fe destinada a sustituir algo que se ha perdido y que ya no se sabe qué es.
José Revueltas

El intelectual es un crítico por naturaleza, minoría crítica con respecto a la sociedad.
José Revueltas

Debía sufrir; el mar también debía sufrir, grande y esclavo, sin reposo insomne desde el principio de los tiempos. Debía de sufrir de eternidad.
Del cuento “Dormir en Tierra” de José Revueltas

Dios me preocupa como la existencia social, como sociología, pero no como un Dios por encima de los hombres o por […]
José Revueltas

Dios existe en el hombre, no existe fuera del hombre.
José Revueltas

El mundo se hizo de agua y de tierra y ambas están unidas, como si dos opuestos cielos hubiesen realizado nupcias imponderables.
José Revueltas

Para mí, las rejas del apando son las rejas de mi vida, del mundo, de la existencia.
José Revueltas

Si luchas por la libertad tienes que estar preso, si luchas por alimentos tienes que sentir hambre.
José Revueltas

Mi vida literaria nunca se ha separado de mi vida ideológica. Mis vivencias son precisamente de tipo ideológico, político y de lucha social.
José Revueltas

La libertad de la conciencia tiene un sentido unívoco, no admite coordenadas, no acepta que la enjaulen, no puede vivir encerrada en el apando.
José Revueltas

Yo hablo del amor en el sentido más alto de la palabra. La redignificación del hombre, la desenajenación del propio ser humano.
José Revueltas

Yo igualo a los hombres; al verdugo y a la víctima…
José Revueltas

Todo acto de creación es un acto de amor
José Revueltas

Hemos aprendido que la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.
José Revueltas

FRASES DE LOS MUROS DE AGUA
José Revueltas

Las Islas Marías son, a lo más, una idea, un concepto, nunca un lugar situado en el tiempo y en el espacio.

¿Qué fatalismo había para que el amor no fuese limpio y claro, y estuviera, por el contrario, condenado a eternas simulaciones, a un camino ciego y trágico?

¡Oh, viaje pesado y negro! Navegarían aún por cuarenta y tantas o más horas, como se navega siempre en el mar, con el corazón turbado y el espíritu en duda; como se navegaba siempre en esas aguas inmensas, sin fin ni principio, bajo la idea, apenas insinuada, pero firme e insistente, de que se marcha sin destino, al azar, persiguiendo cosas vanas e ilusiones distantes.

El odio del hombre, el odio de clase. Porque se odia históricamente, se odia como una función abstracta e impersonal, pero alguna vez este odio se vuelve concreto y encarna en seres vivos, que caminan y comen, que se vengan y torturan porque así se lo ordena la clase, así se lo ordena un dios misterioso que gobierna. Y ese odio pega con furia y con pasión, pero al mismo tiempo de una manera indiferente o que se antoja así por lo repetida y lo capaz de eternidad;

Sentía él mismo cómo el hombre puede ser juguete de fuerzas superiores y cómo un destino maléfico, turbio, le niega todas las alegrías y en el momento menos pensado pierde su libertad y tiene que someterse a ruindades, a humillaciones, y lo que es peor, a la sujeción desconsiderada y abominable de otros hombres, que no tienen sentido ni saben nada de amor.

Por el Camino Viejo el mar apenas se presentía como si envolviera a la selva llenándola de rumores diáfanos. Pues generalmente no se sabe escuchar al mar; se le cree monótono y repetido, con iguales voces y palabras siempre, cuando si se escucha su latir con fe, con sentido de las cosas profundas, la música, la poesía, los diálogos, la tragedia, todo lo que lleva dentro, se perciben como si las aguas puras, inmensas y amorosas, fuesen el inmaculado depósito, permanente y mágico, de la historia de los hombres.

Hay que imaginar la pena de cuando las cosas se quiebran sin remedio. Entonces el espíritu vaga sin consuelo, se quebranta, y la vida se torna de lágrimas, de ahogados gritos, de un sollozar sin límites.

No es ningún bien la soledad, ni nada enaltecido; es una forma, enfermiza, sin freno, de exaltación íntima y de cinismo. En la soledad piérdense temores y represiones; el espíritu, que se sabe grosero, ruin, bajo –aun el más noble entre ellos– no tiene empacho en mostrarse a sí mismo como es, y de esta suerte la soledad se transforma en un goce sensual, en una voluptuosidad incógnita, feroz, sin limitaciones y sin careta.

No una tierra sino un gesto; escena pura, drama monstruosamente simple y apagado, sin recurso hacia la vida, como un golpe pequeño y débil que se diera en lo más hondo del mar. Algo lejano y amarillo, sin referencia. ¿Qué podían ser esos tres cuerpos que en el mapa, como látigos sutiles, están envueltos en las líneas con que geógrafos y navegantes figuran corrientes marinas?

Porque la muerte no es morir, sino lo anterior al morir, lo inmediatamente anterior, cuando aún no entra al cuerpo y está, inmóvil y blanca, negra, violeta, cárdena, sentada en la más próxima silla.
José Revueltas

El hombre tiene sed junto a la muerte.
José Revueltas

Levántate, anda, camina, ve y muere.
José Revueltas

Hay que salvarse para la muerte. Para que la muerte no llegue sin sentido, sino justamente, exactamente, limpiamente.
José Revueltas

La vida, al transcurrir, abandona objetos en el camino…
José Revueltas

Pues toda la vida es acumulación de desprecios hasta que sobreviene el desprecio final, el gran desprecio que es la muerte.
José Revueltas

Su mujer lo había odiado por un instante, cuando la niña roncaba ya, sin remedio; mas con un odio de tal intensidad, tan enorme y duro, que aquel instante tuvo el valor de una vida entera, como si lo hubiese odiado por mil años.
José Revueltas

La muerte sólo existe sin Dios, cuando Dios no nos ve morir. Pero cuando llega un sacerdote, Dios nos ve morir y nos perdona, nos perdona la vida, la que iba a arrebatarnos.
José Revueltas

Tenía Adán esa sangre envenenada, mestiza, en la cual los indígenas veían su propio miedo y encontraban su propia nostalgia imperecedera, su pavor retrospectivo, el naufragio de que aún tenían memoria.
José Revueltas

“De que los muertos entierran a sus muertos”, pensó absurdamente, pues absurdas eran las palabras evangélicas. “Y —se dijo al pensar en ellas—, ¿en verdad de dónde vienen, siendo tan misteriosas?” No hubiese podido responder, pero las palabras eran como una definición oscura y cierta. “Los muertos entierran a sus muertos en este país.” Recordó entonces la frase exacta de Cristo cuando en Galilea, a donde había llegado después de atravesar tierras de Samaría —aunque costumbre entre judíos era hacerlo, mejor, por el curso del Jordán—, en respuesta a uno de sus discípulos que pedía: “Señor, dame licencia para que vaya primero y entierre a mi padre”, dijo extrañamente, profundamente, la frase misteriosa y arrebatadora: “Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.” Los muertos cobraban entonces una calidad viva y superior. De pronto eran ya, consagrados e inmortales, actitud, salvación, renuncia. Y este país era un país de muertos caminando, hondo país en busca del ancla, del sostén secreto.
José Revueltas