Descripción
El perro de Mataquescuintla se llamaba “Azabache” porque era negro como ese mineral, tan negro que sus pelos producían irisaciones azules y violetas. Lo primero que hice fue volverme hacia él y acariciarle el vientre con un rápido movimiento de manos. El perro, melancólico, me vio desde la lejanía de su espíritu y, sorprendido, quiso reconocerme abriendo apenas los ojos. Como un sonámbulo se puso de patas y me siguió al cuarto en donde dejé mis cosas. Así inicia la aventura de un niño y un perro que les ayuda a encontrar la fuerza que tenían oculta.